La ví aparecer jadeante en el andén del tren. Tenía el pelo desaliñado, el delantal colgado descuidadamente sobre sus caderas.
– ¡Volvé! Me gritaba.
La primera vez que lo dijo me pareció una orden, la segunda una súplica, la tercera, una duda.
Escuché el silbato del tren. Ya tenía que irme.
Miré a los ojos a mi madre, lloraba. Esforzó una sonrisa y me dijo: ¡Luchá!, en mis manos puso una carpeta sucia en que se leía “Para mamá”. Eran todos los poemas de mi niñez.
Escritor (Anónimo)
estas empeñada en hacerme llorar, y lo conseguís claro, como todo lo que te proponés…
las rusas se esmeran como en ninguna otra parte, pero esas patas solo son un par y están en buenos aires…
te adoro
a tu felicidad!!