Un lector en Buenos Aires olvida cumpleaños, olvida comprar azúcar. Olvida personas con una facilidad escándalosa. Pierde dinero, esconde medias. No puede recordar teléfonos, mucho menos el nombre del alimento que su mascota debe comer. Por eso vomita, no porque extrañe. Pero un lector en Buenos Aires jamás olvidará el lugar exacto, preciso, donde duermen cada uno de sus libros, aunque hayan pasado mudanzas, arreglos de humedad, convivencias…
Ese mismo lector cuando queda en silencio un lunes a la noche mirando el piso, no está descansando. Está pensando – en caso de incendio- como salvar en la menor cantidad de tiempo la mayor cantidad de libros. Deja todo pensando en un rincón de su mente, porque se sabe que en esos momentos no se puede pensar, hay que actuar.
“El estante de los preferidos primero hacia el patio, luego se abre el baúl y se empiezan a tirar adentro los libros de la biblioteca derecha- con las dos manos- Se arrastra el baúl y se deja abierta la ventana del lado izquierdo. Una vez afuera, como se pueda, se van sacando los de la biblioteca que quedan a mano… “.
Ese mismo lector, que vive en Buenos Aires, no piensa en cómo salvar a su tortuga hasta después de terminar con los libros.
me encanto! sos kpa