Se despertó con la última imagen de sueño: dos ojos que lo miraban mansamente sin pestañear. Fue un sueño muy vívido y se sentía acompañado por esa mirada, lo afirmaba sobre sí mismo, lo mantenía erguido; estaba a gusto aunque no podía reconocer a quien pertenecía. En el acto reflejo de mirarse al espejo tardó un tiempo en ver en sus órbitas los ojos soñados y por detrás sus propios ojos. Miró su cara con ojos nuevos y se asombró de lo que devolvía el espejo. Esos ojos lo habían mirado siempre, eran viejos y cansados. En ese movimiento del ánimo la imagen fue diluyéndose hasta que emergieron sus ojos evidenciando ante él a un desconocido. Se demoró en salir a la calle porque sintió la necesidad de darse un nombre. La historia, recién comenzaba.
Román Caracciolo de Cuentosymás.com.ar