El glíglico es un lenguaje creado por Julio Cortázar en su novela Rayuela. De hecho el capítulo 68, que evoca una escena erótica, está completamente escrito en glíglico. Se trata de un lenguaje o dialecto que se interpreta como un juego, además de ser un lenguaje exclusivo, compartido por los enamorados, que los aísla del resto del mundo:
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 68.
Recordando este capítulo en el cumpleaños número 100 de Cortázar, encuentro en mi computadora un texto que escribí hace diez años donde inventaba mi propio glíglico, siguiente las reglas de aquel Cortázar. Hoy pienso en eso, Julio es siempre una invitación al juego. ¿Quién se anima a opinar en Glíglico sobre mi texto? Se tiene que entender. Acá va el mío:
Gaby Larralde.